lunes, 25 de junio de 2012

“Liposa indigestión”, Marcelo Motta

Ayer decidí llevar a mi liposo al Hospital Genérico Universal. Es un centro de salud que trata y cura toda clase de mascotas. El liposo está comiendo viejitas voladoras en exceso. Como ustedes saben, no son tóxicas pero engullidas en gran cantidad son terriblemente indigestas debido al veneno que segregan por su aguijón. Mi lipo no siente dolor en ninguno de sus cuatro estómagos, ni siquiera el menor malestar a causa de esta glotonería. Soy yo quien está preocupado y es así que para evitar una indigestión grado uno lo llevé allí.
La sala de espera central es un bonito y gigantesco recinto circular con capacidad para cuatrocientas mascotas sentadas con sus respectivos dueños. A este famoso lugar suelen venir animales de todos los universos paralelos y dimensionales.
Al entrar en la sala de espera el liposo y yo descubrimos que muy pocos pacientes aguardaban al médico. Habría allí unos cuarenta entes, entre ellos cinco crísticos amarillos y peludos de un solo ojo, un Genus verde, con sus tres brazos y una sola pata y un obrero de las montañas andromedianas con su mascota, un zenogabio de Andrómeda, quien no parecía hallarse en buen estado de salud a juzgar por su color pálido casi grisáceo, sus orejas muy caídas y sus dos bocas con gesto de dolor. Tal vez era provocado por la diferencia de presión.
A mi derecha dos gemelos antarianos parloteaban ruidosamente. Tenía cada uno en sus brazos un criónico de Antar, un animalito extremadamente frío y de piel resbaladiza color bordó. Los gemelos discutían acaloradamente, sin ponerse de acuerdo, quién de los dos debía entrar primero. Ésa es la característica principal de los gemelos antarianos: discutir histéricamente sobre cualquier cosa y no llegar a nada.
Frente al liposo, una colosal bestia de las Pléyades nos inspeccionaba con ojos amenazantes. Los tres metros de altura de su enorme cuerpo multiforme y peludo rozaban los mil doscientos kilos de peso en nuestra atmósfera.
Una puerta se deslizó hacia arriba y una voz apabullante, terrorífica, de ultratumba, tronó:
—¡Que pase el siguiente!
El liposo se acurrucó lo más que pudo en su lugar. No era su turno aún. Entraron los gemelos antarianos, parloteando tan espantosamente como antes, con su único cuerpo y sus tres pares de rojas extremidades. La puerta de acero templado se cerró detrás de ellos.
Nuevos pacientes llegaron a la sala de espera. Un hombre de Terra traía cincuenta gatos con cuernos. Dijo que en realidad se trataba de un solo gato, pero que su hijo manipuló un soñador sensorial y lo multiplicó en esa cantidad. Como si esto no fuera suficiente, el gato con cuernos tiene la extrema habilidad de reproducirse con facilidad.
Luego llegó un droide de la categoría Científicos. Venía con su nueva creación, una rata devoradora de perros verdes..
Mientras yo hablaba con el droide, el liposo observaba con curiosidad el ambiente que lo rodeaba.
En el preciso momento en que un andrógino fosforescente  me pedía un cigarro, la puerta de acero templado se deslizó nuevamente. Le dije al andrógino que no fumaba cuando la voz de ultratumba exclamó:
—¡Que pase el que sigue!
Era nuestro turno.
Preferiría no contarles lo que sucedió a continuación, pero no tengo por qué ocultarles nada, a pesar del terrible momento que tuvimos que pasar.
El lipo se puso muy mal cuando vio salir del consultorio a un sólo gemelo antariano, el cual llevaba una bolsa de polietinol detrás, tapando a su símil. Ese panorama asustó a mi mascota, quien comenzó a gemir entre nerviosos temblequeos. No comprendía que el médico le iba a hacer nada más que un chequeo de rutina, pero sucede que cuando un liposo está muy asustado no sabe lo que hace. Comenzó a saltar de aquí para allá con guturales chillidos de terror. Los cincuenta gatos con cuernos se asustaron y empezaron a corretear en varias direcciones. La colosal bestia de las Pléyades engulló tres gatos en un segundo, sin dejar de observar el espontáneo caos con sus enormes ojos. El Genus verde estampó cuatro gatos cornudos contra la pared.
El médico intentó calmar a mi mascota. Alargó una de sus extremidades, en la cual sostenía un bastón eléctrico. El lipo se asustó al ver el bastón y voló hacia la pared donde colgaba un cuadro. Lo devoró en cinco segundos. El bastón eléctrico se aproximó al oído del liposo.
Fue entonces que decidí actuar.
Extraje de mi bolsillo izquierdo un sonorizador y le apunté al médico. Le envíe una sonoonda de doble intensidad, como para aturdirlo un poco.
Mi liposo aprovechó la ocasión para deglutirse al zenogabio de Andrómeda ante la increíble sorpresa de su dueño.
 Mi mascota y yo nos fuimos de allí rápidamente. Ambos estábamos ansiosos por llegar a nuestro bien amado y bendito hogar.
En cuanto a lo ocurrido, en realidad no es muy grave, ahora que lo pienso. Estoy completamente seguro de que el dueño de los gatos cornudos quería deshacerse de la mayor cantidad de ellos.
 El cuadro no quedaba bien en aquella pared ni en ningún otro lado.
El médico recuperaría la conciencia dos días después, y en lo que respecta al zenogabio de Andrómeda, el lipo le hizo un favor al engullirlo de esa forma. Creo que estaba más muerto que vivo.

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