lunes, 23 de abril de 2012

Leemos un texto de Ciencia Ficción

EL REGALO por Ray Bradbury

Mañana sería Navidad, y aún mientras viajaban los tres hacia el campo de
 
cohetes, el padre y la madre estaban preocupados. Era el primer vuelo por el
 
espacio del niño, su primer viaje en cohete, y deseaban qeu todo estuviese
 
bien. Cuando en el despacho de la aduana los obligaron a dejar el regalo,
 
que excedía el peso límite en no más de unos pocos kilos, y el arbolito con
 
sus hermosas velas blancas, sintieron que les quitaban la fiesta y el
 
cariño.
 
El niño los esperaba en el cuarto terminal. Los padres fueron allá,
 
murmurando luego de la discusión inútil con los oficiales interplanetarios.
 
-¿Qué haremos?
 
-Nada, nada. ¿Qué podemos hacer?
 
-¡Qué reglamentos absurdos!
 
-¡Y tanto que deseaba el árbol!
 
La sirena aulló y la gente se precipitó al cohete de Marte. La madre y el
 
padre fueron los últimos en entrar, y el niño entre ellos, pálido y
 
silencioso.
 
-Ya se me ocurrirá algo- dijo el padre.
 
-¿Qué?...- preguntó el niño.
 
Y el cohete despegó y se lanzaron hacia arriba en el espacio oscuro.
 
El cohete se movió y dejó atrás una estela de fuego, y dejó atrás la Tierra,
 
un 24 de diciembre de 2052, subiendo a un lugar donde no había tiempo, donde
 
no había meses, ni años, ni horas. Durmieron durante el resto del primer
 
"día". Cerca de medianoche, hora terráquea, según sus relojes neoyorquinos,
 
el niño despertó y dijo:
 
-Quiero mirar por el ojo de buey.
 
Había un único ojo de buey, una "ventana" bastante amplia, de vidrio
 
tremendamente grueso, en la cubierta superior.
 
-Todavía no- dijo el padre. -Te llevaré más tarde.
 
-Quiero ver donde estamos y adonde vamos.
 
-Quiero que esperes por un motivo- dijo el padre.
 
El padre había estado despierto, volviéndose a un lado y otro, pensando en
 
el regalo abandonado, el problema de la fiesta, el árbol perdido y las velas
 
blancas. Al fin, sentandosé, hacía apenas cinco minutos, creyó haber
 
encontrado un plan. Si lograba llevarlo a cabo este viaje sería en verdad
 
feliz y maravilloso.
 
-Hijo- dijo -,dentro de media hora, exactamente, será Navidad.
 
-Oh- dijo la madre consternada. Había esperado que, de algún modo, el niño
 
olvidaría.
 
El rostro del niño se encendió. Le temblaron los labios.
 
-Ya lo sé, ya lo sé. ¿Tendré un regalo? ¿Tendré un árbol? Me lo
 
prometieron...
 
-Sí, sí, todo eso y mucho más- dijo el padre.
 
-Pero...- empezó a decir la madre.
 
-Sí- dijo el padre- Sí, de veras. Todo eso y más, mucho más. Perdón, un
 
momento. Vuelvo enseguida.
 
Los dejó solos unos veinte minutos. Cuando regresó, sonreía.
 
-Ya es casi la hora.
 
-¿Puedo tener tu reloj?- preguntó el niño.
 
Le dieron el reloj y el niño sostuvo el metal entre los dedos: un resto del
 
tiempo arrastrado por el fuego, el silencio y el movimiento insensible.
 
-¡Navidad! ¡Ya es Navidad! ¿Dónde está mi regalo?
 
-A eso vamos- dijo el padre y tomó al niño por el hombro.
 
Salieron de la cabina, cruzaron el pasillo y subieron por una rampa. La
 
madre los seguía.
 
-No entiendo.
 
-Ya entenderás. Hemos llegado- dijo el padre.
 
Se detuvieron frente a la puerta cerrada de una cabina. El padre llamó tres
 
veces y luego dos, en código. La puerta se abrió y la luz llegó desde la
 
cabinay se oyó un murmullo de voces.
 
-Entra, hijo- dijo el padre.
 
-Está oscuro.
 
-Te llevaré de la mano. Entra, mamá.
 
Entraron en el cuarto y la puerta se cerró, y el cuarto estaba, en verdad,
 
muy oscuro. Y ante ellos se abría un inmenso ojo de vidrio, ojo de buey, una
 
ventana de un metro y medio de alto y dos metros de ancho, por la que podían
 
ver el espacio.
 
El niño se quedó sin aliento.
 
Detrás, el padre y la madre se quedaron también sin aliento, y entonces en
 
la oscuridad del cuarto varias personas se pusieron a cantar.
 
-Feliz Navidad, hijo- dijo el padre.
 
Y las voces en el cuarto cantaban los viejos,familiares villancicos; y el
 
niño avanzó lentamente y aplastó la nariz contra el vidrio frío del ojo de
 
buey. Y allí se quedó largo rato, mirando simplemente el espacio, la noche
 
profunda, y el resplandor, el resplandor de cien mil millones de
 
maravillosas velas blancas...
 


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